dimarts, 15 de febrer del 2011

Gobernar es algo más que mandar (y 2)

En este mundo tan complejo como el que nos ha tocado vivir, sobra gente endiosada. Falta gente más “normal”, gente humilde y preparada, implicada y dispuesta a servir al colectivo. Ningún gobierno es ejercido por una sola persona, ya se trate de un déspota, un dictador, un monarca o emperador, un presidente tirano, su primer ministro, o el alcalde más democrático. Siempre el gobernante se ve en la obligación y en la necesidad de acompañarse de asesores y de otras personas en las cuales delegar determinadas funciones y obligaciones, pero no la responsabilidad, que es personal es indelegable. Porque es el gobernante el que, públicamente, rinde cuentas. Cuando toma una decisión, haya escuchado o no a sus asesores y a su equipo, sea cual sea el impacto de esa decisión en la sociedad, toda la responsabilidad será siempre suya.
A veces me pregunto cuanto tiempo falta para que, de una vez por todas, haya la suficiente valentía política para mejorar nuestro sistema electoral. El actual modelo de listas cerradas y bloqueas, donde los ciudadanos eligen o rechazan conjuntamente el pack que les ofrece los partidos, es un mal sistema. Ahora es el partido el que, internamente, elige a sus candidatos y decide el orden en el que se presentan. Tal y como están las cosas, para poder entrar en las listas, no se prima, necesariamente, la excelencia, la preparación, o el conocimiento, sino la picaresca y la obediencia. Los partidos monopolizan todo el proceso. Salvo el caso de realizar primarias, un recurso poco frecuente y más anecdótico que común, la opinión de la ciudadanía no cuenta. El resultado final, con más frecuencia del deseado, es bien conocido por todos: candidatos y cargos electos poco representativos, frecuentemente con escasa formación, y con poco conocimiento del entorno, sin iniciativa personal y, sobre todo, con poco recorrido en la historia política, social o cultural de su ciudad. No es de extrañar que, viendo el panorama −y sino miren a nuestro entorno más cercano−, la ciudadanía acabe desencantada, vaya poco a votar y, cada vez más, desconfíe de la política y de los políticos. No sé si es tan contundente como señala Michel de Montaigne, en sus Ensayos, cuando, citando a Plutarco, decía que sólo le corresponde mandar al hombre (o mujer) que vale más que aquéllos a los cuales manda, porque sino es así, son otros los mandan sobre él o ella y estos los que obedecen.
En una de las conversaciones de pasillo de las jornadas que citaba en la anterior reflexión, se acabó diciendo que, con un símil futbolístico, sobraban Cristianos Ronaldos o Mourinhos y faltan más Pep Guardiolas, Keitas o Pochettinos. Gente preparada y respetuosa, que trata bien a la gente, gente implicada, que se sacrifica por los demás, no sólo por sí mismo o por su familia. Que piensan más en el colectivo, que en las individualidades. Más en los demás que en el “yo” o en el “nosotros”.
Sabemos que el hábito no hace al monje, como el cargo no hace al político, ni la buena camiseta o las buenas botas al futbolista. Sobra gente distante e ilusionistas de barraca, porque gobernar es algo más que mandar, es comprender al colectivo al que sirves. Creerse omnipotente, infalible o todopoderoso, es infantil, a parte de un craso error, porque no existe ser humano, ni gobernante alguno, capaz de evitar las equivocaciones. Cualquier orden, ley o decreto siempre tiene consecuencias. Por lo tanto, quien gobierna primero debe calibrar las consecuencias para después dar una orden o emitir un mandato. No pocas de ellas son casi newtonianas: por cada fuerza ejercida en una dirección, existe otra de la misma magnitud, pero en dirección opuesta, verdadero origen de la palabra oposición en política.